Oraciones y rezos de la Iglesia Católica

El Padre Nuestro

Es la oración que nos enseñó Jesucristo para dirigirnos al Padre celestial. La encontramos en los Evangelios, en dos versiones un poco diferentes debidas a la primitiva tradición oral antes de que la Palabra de Jesús fuera fijada por escrito: Mt. 6, 9-13 y Lc. 11, 2-4 Las palabras nos recuerdan una antigua oración judía. El sentido, por el contrario, es radicalmente nuevo.

La versión de Lucas es más breve y omite dos peticiones. Los dos textos coinciden en el sentido pero las diferencias están motivadas por las necesidades de los destinatarios a quienes iba dirigida.

Posteriormente en la traducción al castellano se estructuraron dos versiones diferentes. Una se usaba en España y Argentina, y la otra en el resto de las naciones hispanoamericanas. Después del Concilio Vaticano II Roma pidió que el texto de la Misa fuese único y se estableciese un texto oficial allí donde se habían formado diferentes pequeñas variaciones en los textos. En concreto en el Padre nuestro y en el (los) credos que pueden rezarse en la Misa. Por eso hace relativamente pocos años se "nos cambió el Padre nuestro" adoptando un único texto que era como un compromiso entre las dos grandes variantes primitivas.

Para comprender bien toda la novedad del Padre nuestro es necesario tener bien claro que con la venida de Cristo ha sucedido algo decisivo: ya hemos sido perdonados, estamos salvados y liberados. Todo es distinto. La comunidad cristiana pide a Dios la manifestación plena de lo que ya ha recibido. El Padre nuestro es la oración "específicamente" cristiana.

La estructura del Padre nuestro en el Evangelio de San Mateo es la siguiente:

  • Una invocación.
  • Tres peticiones en forma de deseo.
  • Dos peticiones ampliadas.
  • Dos invocaciones-petición.

Padre nuestro, que estás en el cielo,
santificado sea tu Nombre;
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal.

Analicemos los diversos componentes.

Padre nuestro: Un judío difícilmente se hubiera atrevido a dirigirse a Dios utilizando una palabra tan familiar y cariñosa. Abba. Hoy diríamos "papá": es la primera palabra que los niños aprenden a decir. Jesús no solo la empleó, sino que mandó a sus discípulos orar con ella. Esto es lo que los cristianos, admirados con tal condescendencia, nos atrevemos a repetir en cada celebración de la eucaristía y siempre que lo rezamos.

"Nuestro": es decir, de todos. Es de hipócritas llamar "padre" a Dios y no sentirse y vivir como hermanos.

Que estás en el cielo: No es que Dios esté en un "lugar". San Mateo emplea con frecuencia la expresión Padre del Cielo, Reino de los Cielos, para referirse siempre a Dios. Es sabido que los judíos no pronunciaban nunca el nombre de Yavé y lo sustituían por otra expresión. Aquí se quiere dar a entender el poder soberano de Dios.

Santificado sea tu nombre: El nombre de Dios es totalmente santo; no puede, pues, santificarse. Esta petición debe ser entendida como la manifestación de un inmenso deseo: deseamos que Dios "se glorifique" realizando su obra de salvación. También podemos entender esta petición como el deseo de que la gloria de Dios se revele a todos los hombres y no quede oculta. Los cristianos tenemos una gran responsabilidad, porque la santidad del nombre de Dios va a ser reconocida a través de la vida de quienes se confiesan sus discípulos. Al rezar el Padre nuestro ponemos de manifiesto nuestra solicitud por el resplandor del nombre de Dios. Afirmamos con insistencia el deseo de que Dios realice su designio de salvación y de que su santidad sea proclamada en todas partes.

Venga a nosotros tu reino: Los judíos esperan la revelación del Reino de Dios al final de los tiempos. Los cristianos saben que, con Jesús, el Reino ya ha venido, ya es una realidad. En este deseo se pide el crecimiento pleno de esta realidad ya presente. Y también que llegue a todos los hombres. Pero lo central del deseo es la consumación del Reino.

Hágase tu voluntad: Así oró Jesús en el huerto de Getsemaní. Y así sigue orando hoy la Iglesia instruida por el Señor. No se trata de una resignación impotente ante lo que Dios quiere o permite. Es la manifestación confiada de un ardiente deseo: que Dios realice su voluntad. Es decir: su plan salvador. Sólo Él lo puede hacer. Y que nosotros colaboremos con Él.

En la tierra como en el cielo: La petición expresa el deseo de que se cumpla la voluntad de Dios en la tierra de la misma manera que se cumple en el cielo: esto es, total y perfectamente. Los cristianos creemos que podemos vivir ya un cielo anticipado. Deseamos vivirlo cada día con más verdad.

Danos hoy nuestro pan de cada día: En esta petición hay que ver el deseo de obtener el sustento diario, que nos es necesario para vivir. Se habla en ella del pan material. Puede que éste nos lleve a pensar en el pan eucarístico. En este caso, pediríamos al Señor que nos dé ya, desde hoy y aquí en la tierra, un anticipo parcial de lo que será nuestra vida plena en el Reino. En ningún caso se trata de buscar con esta petición una seguridad para el futuro. Iría contra lo que el mismo Señor nos enseña en el sermón del monte.

Perdona nuestras ofensas: Sólo Dios puede perdonar los pecados. El cristiano lo sabe y por eso pide perdón. Empieza por reconocerse pecador.

Como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden: No compramos a Dios su perdón. Sólo damos a entender, con nuestra actitud de perdón hacia el prójimo, que queremos recibirlo. Y recibirlo ya, desde la tierra, sin esperar el día del juicio. Incapaces de merecer el perdón divino se lo, se lo pedimos. Y ponemos ante el Señor el compromiso de perdonar también a nuestros hermanos, de ser hombres de reconciliación, empezando por quienes nos ofenden. El Padre nuestro no es una oración fácil de rezar, si somos sinceros. Nos compromete y exige.

No nos dejes caer en la tentación: No es posible vivir sin tentaciones. Éstas vendrán. Ahora bien, la tentación de la que pedimos a Dios nos preserve resume todas las demás. Es terrible, Ataca a la fe en su raíz. Deja al cristiano con la sensación de que Dios no se ocupa del mundo y no ama a los hombres. Determinadas ocasiones de sufrimiento y de injusticia ofrecen un rostro tan lejano y desdibujado de Dios, que el creyente siente tambalear su fe. Por eso Cristo nos manda pedir a Dios que nos preserve de caer en una tentación, cuyas únicas salidas son o la confianza total o la rebeldía blasfema.

Y líbranos del mal: Al presentar al "Mal" (Satán) como una persona, que tienta, se comprende la fuerza de la tentación. En realidad esta petición es muy parecida a la anterior.

El Padre nuestro es, pues, la oración que los hijos dirigimos juntos a nuestro Padre. Jesús destacó este aspecto comunitario hasta en la misma forma externa de la oración: "nuestro"; "venga a nosotros"; "danos hoy"; "perdónanos"; "no nos dejes caer"; "líbranos". El uso repetido del plural nos indica que, incluso rezada individualmente, es una oración de la comunidad. En ella pedimos que la salvación de Dios, realizada ya por Jesucristo y en Él, empiece a fructificar en nosotros y crezca hasta el día de su plena realización.

Nota: este comentario del Padre nuestro ha sido tomado casi totalmente de la "Biblia para la iniciación cristiana" editada por la Conferencia Episcopal Española).


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9 de junio de 2006