Queridos hermanos y hermanas:
1. La Iglesia prosigue en todas las épocas la tarea comenzada el día de Pentecostés,
cuando los Apóstoles, con el poder del Espíritu Santo, salieron a las calles de
Jerusalén a anunciar el Evangelio de Jesucristo en diversas lenguas (cf. Hch 2, 5-11).
A lo largo de los siglos sucesivos, esta misión evangelizadora se extendió a todos los
rincones de la tierra, a medida que el cristianismo arraigaba en muchos lugares y
aprendía a hablar las diferentes lenguas del mundo, obedeciendo siempre al mandato
de Cristo de anunciar el Evangelio a todas las naciones (cf. Mt 28, 19-20).
Pero la historia de la evangelización no es sólo una cuestión de expansión geográfica,
ya que la Iglesia también ha tenido que cruzar muchos umbrales culturales, cada uno
de los cuales requiere nuevas energías e imaginación para proclamar el único
Evangelio de Jesucristo. La era de los grandes descubrimientos, el Renacimiento y la
invención de la imprenta, la revolución industrial y el nacimiento del mundo moderno:
estos fueron también momentos críticos, que exigieron nuevas formas de
evangelización. Ahora, con la revolución de las comunicaciones y la información en
plena transformación, la Iglesia se encuentra indudablemente ante otro camino
decisivo. Por tanto, es conveniente que en esta Jornada mundial de las
comunicaciones de 2002 reflexionemos en el tema: "Internet: un nuevo foro para la
proclamación del Evangelio".
2. Internet es ciertamente un nuevo "foro", entendido en el antiguo sentido romano de
lugar público donde se trataba de política y negocios, se cumplían los deberes
religiosos, se desarrollaba gran parte de la vida social de la ciudad, y se manifestaba
lo mejor y lo peor de la naturaleza humana. Era un lugar de la ciudad muy concurrido
y animado, que no sólo reflejaba la cultura del ambiente, sino que también creaba una
cultura propia. Esto mismo sucede con el ciberespacio, que es, por decirlo así, una
nueva frontera que se abre al inicio de este nuevo milenio. Como en las nuevas
fronteras de otros tiempos, ésta entraña también peligros y promesas, con el mismo
sentido de aventura que caracterizó otros grandes períodos de cambio. Para la Iglesia,
el nuevo mundo del ciberespacio es una llamada a la gran aventura de usar su
potencial para proclamar el mensaje evangélico. Este desafío está en el centro de lo
que significa, al comienzo del milenio, seguir el mandato del Señor de "remar mar
adentro": "Duc in altum" (Lc 5, 4).
3. La Iglesia afronta este nuevo medio con realismo y confianza. Como otros medios
de comunicación, se trata de un medio, no de un fin en sí mismo. Internet puede
ofrecer magníficas oportunidades para la evangelización si se usa con competencia y
con una clara conciencia de sus fuerzas y sus debilidades. Sobre todo, al
proporcionar información y suscitar interés, hace posible un encuentro inicial con el
mensaje cristiano, especialmente entre los jóvenes, que se dirigen cada vez más al
mundo del ciberespacio como una ventana abierta al mundo. Por esta razón, es
importante que las comunidades cristianas piensen en medios muy prácticos de
ayudar a los que se ponen en contacto por primera vez a través de Internet, para pasar
del mundo virtual del ciberespacio al mundo real de la comunidad cristiana.
En una etapa posterior, Internet también puede facilitar el tipo de seguimiento que
requiere la evangelización. Especialmente en una cultura que carece de bases firmes,
la vida cristiana requiere una instrucción y una catequesis continuas, y esta es tal vez
el área en que Internet puede brindar una excelente ayuda. Ya existen en la red
innumerables fuentes de información, documentación y educación sobre la Iglesia, su
historia y su tradición, su doctrina y su compromiso en todos los campos en todas las
partes del mundo. Por tanto, es evidente que aunque Internet no puede suplir nunca la
profunda experiencia de Dios que sólo puede brindar la vida litúrgica y sacramental de
la Iglesia, sí puede proporcionar un suplemento y un apoyo únicos para preparar el
encuentro con Cristo en la comunidad y sostener a los nuevos creyentes en el camino
de fe que comienza entonces.
4. Sin embargo, hay ciertas cuestiones necesarias, incluso obvias, que se plantean al
usar Internet para la causa de la evangelización. De hecho, la esencia de Internet
consiste en suministrar un flujo casi continuo de información, gran parte de la cual
pasa en un momento. En una cultura que se alimenta de lo efímero puede existir
fácilmente el riesgo de considerar que lo que importa son los datos, más que los
valores. Internet ofrece amplios conocimientos, pero no enseña valores; y cuando se
descuidan los valores, se degrada nuestra misma humanidad, y el hombre con
facilidad pierde de vista su dignidad trascendente. A pesar de su enorme potencial
benéfico, ya resultan evidentes para todos algunos modos degradantes y perjudiciales
de usar Internet, y las autoridades públicas tienen seguramente la responsabilidad de
garantizar que este maravilloso instrumento contribuya al bien común y no se
convierta en una fuente de daño.
Además, Internet redefine radicalmente la relación psicológica de la persona con el
tiempo y el espacio. La atención se concentra en lo que es tangible, útil e
inmediatamente asequible; puede faltar el estímulo a profundizar más el pensamiento
y la reflexión. Pero los seres humanos tienen necesidad vital de tiempo y serenidad
interior para ponderar y examinar la vida y sus misterios, y para llegar gradualmente a
un dominio maduro de sí mismos y del mundo que los rodea. El entendimiento y la
sabiduría son fruto de una mirada contemplativa sobre el mundo, y no derivan de una
mera acumulación de datos, por interesantes que sean. Son el resultado de una visión
que penetra el significado más profundo de las cosas en su relación recíproca y con la
totalidad de la realidad. Además, como foro en el que prácticamente todo se acepta y
casi nada perdura, Internet favorece un medio relativista de pensar y a veces fomenta
la evasión de la responsabilidad y del compromiso personales.
En este contexto, ¿cómo hemos de cultivar la sabiduría que no viene precisamente de
la información, sino de la visión profunda, la sabiduría que comprende la diferencia
entre lo correcto y lo incorrecto, y sostiene la escala de valores que surge de esta
diferencia?
5. El hecho de que a través de Internet la gente multiplique sus contactos de modos
hasta ahora impensables abre maravillosas posibilidades de difundir el Evangelio. Pero
también es verdad que las relaciones establecidas mediante la electrónica jamás
pueden tomar el lugar de los contactos humanos directos, necesarios para una
auténtica evangelización, pues la evangelización depende siempre del testimonio
personal del que ha sido enviado a evangelizar (cf. Rm 10, 14-15). ¿Cómo guía la
Iglesia, desde el tipo de contacto que permite Internet, a la comunicación más
profunda que exige el anuncio cristiano? ¿Cómo entablamos el primer contacto y el
intercambio de información que permite Internet?
No cabe duda de que la revolución electrónica entraña la promesa de grandes y
positivos avances con vistas al desarrollo mundial; pero existe también la posibilidad
de que agrave efectivamente las desigualdades existentes al ensanchar la brecha de
la información y las comunicaciones. ¿Cómo podemos asegurar que la revolución de
la información y las comunicaciones, que tiene en Internet su primer motor, promueva
la globalización del desarrollo y de la solidaridad del hombre, objetivos vinculados
íntimamente con la misión evangelizadora de la Iglesia?
Por último, en estos tiempos tan agitados, permítanme preguntar: ¿cómo podemos
garantizar que este magnífico instrumento, concebido primero en el ámbito de
operaciones militares, contribuya ahora a la causa de la paz? ¿Puede fomentar la
cultura del diálogo, de la participación, de la solidaridad y de la reconciliación, sin la
cual la paz no puede florecer? La Iglesia cree que sí; y para lograr que esto suceda,
está decidida a entrar en este nuevo foro, armada con el Evangelio de Cristo, el
Príncipe de la paz.
6. Internet produce un número incalculable de imágenes que aparecen en millones de
pantallas de computadoras en todo el planeta. En esta galaxia de imágenes y
sonidos, ¿aparecerá el rostro de Cristo y se oirá su voz? Porque sólo cuando se vea
su rostro y se oiga su voz el mundo conocerá la buena nueva de nuestra redención.
Esta es la finalidad de la evangelización. Y esto es lo que convertirá a Internet en un
espacio auténticamente humano, puesto que si no hay lugar para Cristo, tampoco hay
lugar para el hombre. Por tanto, en esta Jornada mundial de las comunicaciones,
quiero exhortar a toda la Iglesia a cruzar intrépidamente este nuevo umbral, para entrar
en lo más profundo de la red, de modo que ahora, como en el pasado, el gran
compromiso del Evangelio y la cultura muestre al mundo "la gloria de Dios que está
en la faz de Cristo" (2 Co 4, 6). Que el Señor bendiga a todos lo que trabajan con este
propósito.
Desde el Vaticano, 24 de enero de 2002, conmemoración de San Francisco de Sales
Juan Pablo II
Este documento fue publicado como suplemento del Boletín Semanal AICA Nº 2355 del 6 de febrero de 2002.
Fuente: www.aica.org.ar