El aborto, un retroceso
por Guillermo Cartasso

Existen hoy en danza varios proyectos, en el Congreso Nacional [Argentino], que legitiman el aborto. Estos proyectos muestran el rostro de un sector de la sociedad que desconoce la profundidad y el valor de la vida humana desde su concepción.

Llaman al aborto, eufemísticamente, "interrupción del embarazo" como si llamáramos "interrupción de la vida" al asesinato de una persona.

Los Derechos Humanos presuponen la igualdad de todos, no sólo ante la ley sino también ante la consideración social. Abortar es, lisa y llanamente, asesinar a una persona inocente que aún no ha nacido. Aprobar el aborto significa echar por tierra no sólo la sabia legislación argentina que garantiza la vida desde su primer instante, sino también el fundamento primordial de los Derechos Humanos.

Una Nación que en su Bicentenario pretende una legislación progresista no puede menos que apoyar la vida en todas sus instancias. Y apoyarla significa no sólo una mejor calidad de vida, particularmente para los más necesitados, sino también el derecho mismo a vivir desde que se ha sido concebido. Con todo respeto por los que piensen de otra manera, tengo la certeza de que legitimar el aborto es asumir una posición anacrónica o ideologizada. Anacrónica porque la ciencia va demostrando cada día más que el óvulo fecundado tiene todos los elementos genéticos que lo convierten en una persona humana la que, por no haber nacido, no puede ser tratada como si fuese una cosa en vez de un sujeto. Dije también una posición "ideologizada" porque el "derecho al propio cuerpo" del cual habla los partidarios del aborto, parece insólitamente desconocer el cuerpo del concebido es otro cuerpo que se está gestando dentro del cuerpo de la madre. No concebirlo como otro sujeto significa ser tan retrogrado como volver a antiquísimas normas que consideraban al feto como una simple visera de la madre.

Lo cierto es que los Derechos Humanos no pueden sólo ser declamados. Ellos deben ser ejercidos para todos por igual, y muy especialmente considerados respecto de los más débiles, entre los cuales, hoy, sin lugar a dudas están el sujeto humano que tiene todo el derecho a nacer y que no puede ser desconocido en este derecho por un Estado si es que éste es verdaderamente democrático y respetuoso del sabio y natural principio de igualdad.

Los intereses que pueden llevar a enmascarar un homicidio tan tremendo como es el aborto no pueden tener lugar en el marco de una sociedad que está consumando su segundo centenario, que se autoproclama progresista y que busca el respeto y la promoción de la dignidad de la persona humana.

La vida de cualquier persona es un valor sagrado que está llamado a ser protegido, no sólo por el Estado, sino también por cada uno de sus habitantes, mucho más debe ponerse la atención en el cuidado especial que requieren los dos extremos de la existencia: "la persona por nacer" y los "ancianos". Una sociedad que desconoce la protección de sus sectores más vulnerables, desciende en la escala humana y convierte a sus miembros en meros engranajes de una maquinaria estatal.

El Estado argentino, cuya legislación siempre se caracterizó por su sabiduría y su pueblo por su sensibilidad, no puede permitir que se autorice una violación tan palmaria de los derechos fundamentales de la persona humana como lo es el aborto. Si así se hiciera estaríamos ante una sociedad que, conciente o no, comete un delito colectivo de lesa humanidad.

Es de esperar que los argentinos sepamos reconocer, valorar y amar honrando a la vida en toda su extensión.

Guillermo Cartasso
gcfiat@yahoo.com.ar


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actualización: 5 abril de 2010