Marcha de Corpus Christi
Sábado 17 de junio de 2006

Homilía de cardenal Jorge Mario Bergoglio,. Arzobispo de Buenos Aires en la Solemnidad del Corpus Christi (17 de junio de 2006)

1. Coronando el tiempo de Pascua celebramos juntos esta fiesta grande del Corpus. El Señor camina junto a nosotros por las calles de Buenos Aires y pone a su Iglesia en la ruta de la Eucaristía cotidiana que hace crecer en nuestros corazones la Esperanza, el anhelo, de la Eucaristía definitiva.

El Evangelio nos pinta con trazos vívidos las circunstancias simples y sorprendentes con las que el Señor quiso rodear los preparativos de la Ultima Cena. A partir de aquella noche santa toda nuestra vida gira en torno a las palabras del amor incondicional de Jesús: "Tomen, coman, esto es mi cuerpo" ¡El Cuerpo y la Sangre del Señor... sacrificio para nosotros!

Junto a los discípulos y a Jesús el evangelio de hoy nos invita a recorrer dos caminos: uno que lleva a la Eucaristía y otro que parte de ella. El que lleva a la Eucaristía es camino de Encuentro. El que parte de ella es camino de Esperanza.

2. El camino que lleva a la Eucaristía comenzó aquel día con una pregunta: "¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la comida pascual?" Los discípulos le preguntan al Señor y él los envía por la ciudad siguiendo al hombre del cántaro que encontrarán como por casualidad. Es un camino que parece incierto y, sin embargo, es seguro. El Señor los envía a seguir a un desconocido entre la multitud de la gran ciudad... pero tiene todo previsto y planeado. El Maestro sabe hasta el último detalle cómo está arreglado ese piso alto de la hospedería en el que va a entregarse como Pan para la vida del mundo.

Ellos partieron, obedientes en la fe. Quizá cruzando alguna mirada de complicidad al iniciar esta especie de juego de búsqueda del tesoro que les hace el Señor. El Evangelio nos dice que "encontraron todo como Jesús había dicho". El Señor tenía estas cosas de hacer recorrer un camino incierto para el enviado pero ya previsto por él, de manera que al final se juntaran la experiencia obediencial del discípulo con la sabiduría del Maestro. Lo hizo con Pedro, cuando lo mandó a pescar un pez y sacar de su vientre la moneda para pagar el impuesto. Lo hizo con los discípulos al ordenarles tirar la red a la derecha o contar cuántos panes y peces tenían a mano... "Lo hacía para probarlos porque El ya sabía lo que iba a hacer", nos dice Juan (Jn 6,6). Como conmemoramos en la noche de Pascua: algo nuevo ha sucedido en el andar de la humanidad desde el día aquel en que Abram comenzó a caminar en la fe "sin saber a donde iba". Obedeció y fue justificado. También a nosotros nos pasa lo mismo cuando caminamos siguiendo sus instrucciones como los discípulos, cuando nos dejamos "conducir espiritualmente" por el Señor, los caminos nos llevan a la Eucaristía, al Pan del Encuentro, de la Verdad y la Vida.

3. Luego de darles la Eucaristía el Señor habla de un nuevo camino, un camino que está en continuidad con el anterior pero es de largo aliento porque apunta al Cielo. Es el camino hacia el Banquete celestial que tendrá lugar en la Casa del Padre, ese banquete en el que el mismo Jesús nos sentará a la mesa y nos servirá. Y para señalar que estamos en camino hacia el Reino, el Señor utiliza una imagen: dice que "no beberá más del fruto de la vid hasta que beba el vino nuevo en el Reino de Dios". Se abre así un tiempo intermedio, el tiempo de la Iglesia que peregrina hacia el Cielo a donde la precedió su Buen Pastor. Camino de esperanza, camino hacia lo que no vemos pero de lo cual tenemos las primicias en la Eucaristía. Comulgando nos sentimos seguros de que el Señor está y nos espera.

4. Dos caminos, pues, y en ambos es protagonista el Pan. El camino cotidiano, por entre las cosas de todos los días, en medio de la ciudad, que termina en la Eucaristía fraterna, en la misa. Y el camino largo de toda la vida, de la historia entera, que también terminará en la Comunión con el Señor, en el Banquete del cielo, en la Casa del Padre. La Eucaristía es el aliento y la recompensa en ambos caminos.

La Eucaristía cotidiana es el Pan de vida que restaura las fuerzas y pacifica el corazón, el Pan del único Sacrificio, el pan del encuentro. Pero a su vez es Pan de la Esperanza, el Pan partido que abre los ojos para ver con estupor al Resucitado que nos estuvo acompañando de incógnito durante todo el día, durante la vida entera. Pan que enciende el fervor del corazón y hace salir corriendo a la misión en la comunidad grande; Pan ancla que tironea el corazón hacia el cielo y despierta en los hijos pródigos el hambre del Dios más grande, el deseo de la casa Paterna.

5. La certeza de este Pan de vida la tenemos clara. Por eso amamos la Eucaristía y la adoramos. Por eso le damos la primera comunión a nuestros hijos. Las dificultades están en el camino. En lo cotidiano una dificultad puede ser la del desencuentro: que no encontremos al hombre del cántaro -ese cántaro de agua viva, imagen del Espíritu Santo que nos guía- y nos perdamos por las calles de la ciudad, entre las mil circunstancias cambiantes que trae la vida. Y entonces, que el día no termine en la Eucaristía que el Señor nos tiene preparada, sino que por falta de tiempo, por distracción o problemas, el día se termine porque se terminó, rendidos de cansancio, sin referencia a Dios. Si no hay Encuentro con Jesús la vida se nos vuelve inconsistente, va perdiendo sentido. El Señor tiene dispuesta una Eucaristía -un encuentro- cada día, para nosotros, para nuestra familia, para la Iglesia entera. Y nuestro corazón tiene que aprender a adherirse a esta Eucaristía cotidiana -sintetizada en la misa dominical- de modo tal que cada día quede "salvado", bendecido, convertido en ofrenda agradable, puesto en manos del Padre, como Jesús con su carga de amor y de cruz.

La dificultad del camino largo, el que nos lleva al Reino definitivo, puede ser la desesperanza., cuando "la promesa se diluye en la cotidianeidad de la vida". Que se nos enfríe el fervor de la esperanza, esa brasa que vuelve cálidos de caridad nuestros gestos cotidianos. Sin ella, también podemos caminar, pero nos vamos volviendo fríos, indiferentes, ensimismados, distantes, excluidores.

Nos dará fuerzas saborear por el camino el Pan de la Esperanza grande, de la Esperanza de un banquete final, de un encuentro con un Padre que nos espera con su abrazo, nos transforma el corazón y la mirada y llena de otro sentido nuestra vida. Cuando Pablo nos dice que tenemos que rezar en todo momento nos está hablando de esta oración: de estar saboreando el Pan de la Esperanza en todo momento. La tentación puede ser la contraria, de estar masticando las uvas agrias y las amarguras de la vida, en vez del pan de Dios; ese pan que María "rumiaba" en su corazón, mirando a su Hijo y mirando la historia de salvación con el gusto de la esperanza.

6 Ella es el gran aliento que el Señor nos da para el Camino. Caminando con ella nuestro pueblo saborea el Pan de la Esperanza, en torno a ella nuestro pueblo come con gusto el Pan del Encuentro, la Eucaristía, Cristo vivo.

Por eso a María le pedimos hoy estas dos gracias: la de comer cada día con nuestros hermanos el Pan del Encuentro en la Eucaristía, y la de caminar por la vida gustando siempre este Pan de la Esperanza grande, el Pan del Cielo. Que ella que le dio su carne al Verbo Eterno para que él pudiera dárnosla a nosotros como alimento de vida eterna, nos despierte el amor por la Eucaristía, por el Cuerpo de Cristo, Pan de Vida.

Card. Jorge Mario Bergoglio SJ, arzobispo de Buenos Aires

Fuente: AICA.ORG
www.aica.org/index2.php?pag=bergoglio060617corpus


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Ultima actualización: 18/jun/2006